El momento justo de finalizar un texto, una novela, es complicado, se siente un vacío interior que asusta y te fulmina, difícil de reemplazar. Algo así como cuando se termina una relación sentimental; estás acostumbrado a unos hábitos diarios que de repente se cortan de raíz, sin tener tiempo a gestionarlo ya no existe eso que tenías integrado en tu día a día.

Y, si bien nunca es recomendable, al menos en las relaciones sentimentales, dejarse llevar por aquello de a Rey muerto Rey puesto, una mancha de mora con otra se quita, etc, en el asunto literario pienso que no está tan mal tirar de los tópicos.

Cuando comencé a pensar en plasmar en papel esta historia, mi idea era una trilogía, unas 1000 páginas en total aproximadamente, la trilogía AMÉN, ya que todos los relatos terminan con esa palabra. Ya son realidad 2/3, 750 páginas publicadas más o menos. 

Tan cierta es la realidad del vacío que dejan las 8h aproximadas que ya no empleas diariamente en la creación de un texto, como que también acabas exhausto, agotado mentalmente, por lo que tu cuerpo y alma te piden descanso, a la par que aparece el síndrome de abstinencia. 

En esa disyuntiva me hallo actualmente. Quizás lo más recomendable cuando se tienen dudas sobre lo que sea es no hacer nada, no precipitarse, porque en esta situación la posibilidad de fallo al decidir se multiplica, mejor permitir que el tiempo haga su trabajo, que es sabio.

Que así sea.