Cuando alguien tras ver una película destaca en primer lugar su fotografía normalmente es que la trama no le ha entusiasmado.
Hablamos de Memorias de África.
De esta proyección de 1985 no puedo opinar lo mismo, se trata de un clásico de la cinematografía ampliamente premiado y con gran éxito de taquilla. El libro de Karen Blixen supera a la filmación de Pollack, pero aunque eso suela ocurrir, en este caso la versión de la pantalla no lo desmerece y es más que digna.
Si Meryl Streep juega en tu equipo, Redford hace un buen papel y cuentas con John Barry para que complete un excelente guion, con una banda sonora original que está entre las tres o cinco mejores de la historia del séptimo arte, pues lo lógico es que consigas varias estatuillas de oro.
Cuando uno escribe un relato a veces se deja influenciar por sus experiencias personales, a la hora de hacer las descripciones de personajes y escenarios se somete a la información que le proporcionan sus sentidos y que conserva la memoria. También existe la opción de imaginar lo desconocido.
En este caso en concreto yo estuve allí.
A pesar de los más de veinte años de aquello, el aroma tan único y especial a café y especias naturales que desprendía aquella tierra de un intenso color tostado y naranja no se olvida nunca.
Estar en el medio del Serengueti, alojado en un resort de gran lujo, no había opciones más humildes que esta, formado por cabañas que no rompían la armonía de la naturaleza, y que un vigilante del complejo hotelero tenga que acompañarte al baño por la noche , ya que este era exterior a la vivienda, con un rifle, debido a la presencia de leones, sin duda no te deja indiferente.
El safari era fotográfico.
El objetivo de los europeos en principio era ver, capturar instantáneas para revelar en papel, qué antigüedad, de los cinco grandes, luego me di cuenta de que cualquier cosa merecía la pena tanto o más, empezando por disfrutar de la observación de movimientos de toda criatura o ser viviente en el más absoluto de los estados libres. El hecho de que nadie llevara móviles y solo cámaras fotográficas ya mereció la pena, no se escuchaban notificaciones de mensajes, por no haber no había ni red de Internet, esto evidencia que tengo más años que un bosque.
El objetivo de los autóctonos era sobrevivir al hambre, a la pobreza y a las enfermedades que hacían estragos, como el sida.
La estación húmeda dificulta la observación de animales, ya que las zonas con agua se multiplican y no existe la concentración de seres vivos que van a beber en las pocas charcas que sobreviven en la estación seca. La extensión era enorme, una sola llanura infinita que se presentaba ante ti majestuosa y desafiante, salpicada de acacias y matorral bajo, como los pequeños lunares que tienen algunas personas a lo largo de su cuerpo. Impresionaba que la vista se perdiera al otear el horizonte desde la altura que facilitaba un Jeep.
Los protagonistas no eran ni Streep ni Redford, sino la naturaleza en su máxima expresión, animales, plantas y un firmamento con nubes que permitían asomarse a un sinfín de estrellas que secundaban a un sol implacable durante las horas diurnas, un astro rey que otorgaba un tono rojo infierno a los atardeceres, nunca visto por mí antes en mi zona de confort.
Nosotros sobrábamos en ese entorno donde todo es de verdad y no se juega a la mentira, que es más bien lo nuestro. Los animales lo sabían. En el cráter del Ngorongoro los milanos solo tenían que esperar un poco a que algún despistado sacara de su mochila el bocadillo que pretendía ingerir, para hacer una caída libre de 50 metros y resolver la comida del día sin despeinarse ni arriesgar la vida en el intento.
Sobrevolar en círculo la cumbre del Kilimanjaro en una minúscula avioneta de hélice y ver de cerca su nieve perpetua es puro romanticismo.
Monos de varias especies disfrutaban del baño en las piscinas de los hoteles tras visitar un poblado Masai, del que aún conservo una lanza, que es seguro no intervino en ninguna trifulca con los leones, «porque no me iban a dar la buena». En Masai Mara te miraban de soslayo, los susodichos monos, mientras jugaban, el invasor era el que tenía bañador, llevaba toalla y bebía cerveza de la marca, como no, Kilimanjaro. De nada servían las reclamaciones en este sentido que formulaban algunos clientes a los trabajadores del hotel, porque siempre eran respondidas por la expresión suajili «pole pole» acompañada de una amplia sonrisa. En ese enorme escenario natural el intruso era el animal bípedo que hablaba y se sometía a horarios para comer, algo parecido a lo que años después se plasmarla en la película Jurassic Park.
Las ardillas roían la madera del mobiliario interior de las cabañas de Lago Manyara, acostumbrándose uno a ese runrún nocturno durante el descanso.
Ni siquiera reconfortó haber visitado la garganta de Olduvai, el origen del ser humano; siempre presente el miedo y la eterna y consabida preocupación continua de los Homo sapiens, por cualquier cosa, por todo, mientras el resto de la sabana se mostraba tranquila la mayoría del tiempo, y agitada sólo cuando había motivos para ello.
La imagen destacada es reciente, se trata de Najin, uno de los dos últimos rinocerontes blancos que quedan en el planeta, custodiado por un militar que intenta evitar la caza furtiva.
Por cierto, no fue nadie devorado por un tiburón al sumergirse en el arrecife de coral de Mombasa, lugar en el que un sandwich de york y queso y una langosta intercambiaban precios de adquisición en el mercado.
Sí me picó una mosca tsé-tsé en el Tarangire, este hecho viene a ser en Tanzania como tomar un Orfidal de los nuestros.
Tenemos mucho que aprender de la sabiduría ancestral de la naturaleza, encarnada en el resto de animales, porque solo los vemos, no los miramos…: «Pole pole», amigos.