De fondo se escucha la banda sonora original de Conan el bárbaro.

Seguramente usted, lector, se sienta identificado con esta reflexión espontánea, que no por ello deja de ser meditada, porque es muy probable que se haya encontrado en algún momento de su vida con algún/a individuo/a de este pelaje, y si no es así suerte ha tenido y sugiero precaución en modo alerta on:

A modo de intro, estoy incumpliendo todas las estrictas normas de ortotipografía y de estilo a las que mi correctora profesional me somete en las novelas, porque es una dictadora encubierta que no admite debate, pero como esto no lo lee… empecemos diciendo que: por donde pasan con el equino pisando la hierba esta no vuelve a crecer más. Quizás sea recomendable no invitarlos a tu jardín.

Partiendo de la base de que nadie es perfecto y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, a ser posible apuntando bien.

Hay individuos de la especie Homo sapiens que están convencidos de que el mundo se creó para ellos y la Tierra les pertenece.


Son los Atila, y van con sus caballos.


Hablemos de ellos, esas personas entrañables.

De alguna manera insospechada piensan que los demás seres que pululamos por el universo, vivos e inertes, somos como cometas errantes que nunca desfallecemos en el intento desesperado de encontrarlos, unas almas en pena, unos muertos en vida, tullidos emocionales incapaces de amar, eso somos los demás, ángeles caídos y desterrados de su paraíso, que fuimos rechazados por no administrarle la suficiente plenitud, náufragos a la deriva zarandeados por las olas y la tormenta, desahuciados, abandonados a su suerte en la espera de que un golpe de fortuna nos sitúe frente a ellos en una apacible orilla y tengamos así la bendita oportunidad de que podamos agasajarlos como se merecen, sedientos de su falsa condescendencia y de que nos claven la estaca libertadora en el pecho (corazón) a los que moramos eternamente sin su luz en la penumbra del bar «Abierto hasta el amanecer» de Tarantino (guion) y Salma Hayek, ávidos de salir de las tinieblas del triste día en el que andamos enfrascados.

Todo lo que exista a su alrededor son elementos susceptibles de posibilitar sus gozos. 

Contemplan al resto de homínidos bípedos que razonan y están a más distancia de una pulgada de sus narices como herramientas, unas más útiles y otras menos, aquellas más sofisticadas y estas más simples, pero herramientas al fin y al cabo, que saben manejar con cierta maestría y destreza singular.

Amantes de disparar con pólvora ajena, de lo gratis «cueste lo que cueste», vividores del sudor ajeno, vividores al fin y al cabo para entendernos, nunca labraron la tierra pero comieron sus frutos, no son muy partidarios del trabajo, del propio me refiero, azarosos, disfrutones, siempre fueron más de la cigarra y su bandurria que de la hormiga, incluso de los cerditos que no construyeron la casa con ladrillos. Mercenarios de lo efímero y placentero, usurpadores de lo material y lo inmaterial, del cobre y los sentimientos, la parte emocional del cerebro que valora el esfuerzo y dedicación de otros humanos en su beneficio la tienen abolida.

En el ámbito sexual son extremadamente egoístas. Mientras el compañero o compañera disfruta haciendo disfrutar,  ellos o ellas sólo lo consideran como un objeto que nació para darles satisfacción justo en ese momento. 

La capacidad de superación, la dignidad, la empatía, incluso la vergüenza son conceptos que desconocen aunque los vean en otros. Eso sí, son muy respetuosos, sobre todo con ellos mismos, el nivel de autoexigencia y autocrítica siempre es superado por la compasión y la misericordia infumable que se dispensan de puertas hacia dentro.

Quizás nadie nunca les puso límites y de aquellos barros vienen estos lodos.

Yo los admiro, porque siempre están de actualidad, nunca pasan de moda y eso es una habilidad irrefutable: licántropos con piel de cordero, libadores y otros succionadores y chupópteros de sangre.

A la par los detesto.

Es compatible.