…Y lo que parecía una tranquila guardia en la ambulancia del equipo de coordinación avanzada «ECA» acabó en tragedia. Este recurso móvil extrahospitalario está compuesto por un técnico de emergencias sanitarias «TES» y un enfermero de emergencias.
Los datos iniciales del aviso que nos proporcionó la sala de coordinación fueron escasos, tampoco eran necesarios los detalles en este caso, se limitaban a una dirección concreta y a comprobar, que no certificar, el fallecimiento de una persona de avanzada edad.
Al llegar al lugar observo estacionada junto al edificio una ambulancia básica o convencional, usada para traslados. El TES que me acompaña encuentra dificultades para aparcar nuestra unidad sin que obstaculice el tráfico, y dado que todo indicaba por el motivo de la demanda que no era una emergencia, mientras él buscó un aparcamiento yo acudí solo al portal del edificio, monitor-desfibrilador en mano, con la idea de resolver lo antes posible.
Es entonces cuando levanto la mirada y observo que el zaguán está repleto de personas, dos bomberos de uniforme, dos compañeros de la ambulancia básica, y otras personas que intuía, a tenor de sus rostros serios y de preocupación, eran familiares de la persona fallecida.
El panorama era desalentador, descorazonador…
Me adentro en el zaguán, miradas cabizbajas de los familiares y un silencio sepulcral que envolvía el entorno…
Con dos hachones de ceras moradas, unas insignias colocadas con orden y gusto detrás, y un poco de incienso ambiental me hubiera encontrado fácilmente ante un Solemne Quinario del Calvario en la Magdalena.
Saludo convenientemente, con el rigor propio de estas ocasiones, tras hacerlo es cuando reparo en que al fondo de aquel pasillo estrecho y alargado estaba la camilla de la ambulancia básica, con una persona tumbada en ella.
Paradójicamente, la camilla y la persona que la ocupaba estaban solas, sin nadie alrededor, mientras el resto de los presentes se agolpaban en la entrada del edificio, junto a la puerta de salida a la calle.
Avanzo con decisión y diligencia felina hacia mi objetivo, con la convicción firme de que allí estaba, al final de aquel angosto e inquietante pasillo digno de los señoriales y elegantes edificios de esta zona de la ciudad, la razón de ser de mi presencia allí.
Frente a la consabida inmovilidad general, mis pasos seguros y decididos retumbaban en la sala…
¡¡¡Allá voy!!!
Cuando voy llegando a las proximidades de la camilla observo que se trata de una señora de avanzada edad, absolutamente inmóvil, en decúbito supino y postura flácida, con los brazos ligeramente separados del tronco.
En este punto ya empiezo a tener claro que se trata de la persona que buscaba, la muerta…
Qué podía hacer yo… pobre mortal, frente a la evidencia. Incluso me pareció ver por allí, en ese desangelado pasillo al hombre de la guadaña, compañero de turnos de trabajo, revoloteando alrededor de la camilla y deseando finiquitar el encargo…
Cuando me sitúo en la perpendicular de la cabeza observo con claridad que la señora presenta un color amarillo céreo, muy parecido al color de la cera con la que tengo el gusto y el honor de hacer la estación de penitencia en la Madrugá, con la Primitiva Hermandad de los Nazarenos de Sevilla, Madre y Maestra, me refiero a lo que se denomina en el argot cofrade “cera color tiniebla”, pues ese justamente era el tono de la piel de la señora.
Boca entreabierta, ojos semicerrados, semiflexión de los dedos por relajación post mortem, párpados edematosos, señalamiento del surco nasogeniano, afilamiento de la nariz, era aguileña, rabínica… se observaba incluso la repleción venosa de la congestión pulmonar propia de la insuficiencia cardiorrespiratoria previa al exitus…caída del maxilar inferior, fruncimiento del entrecejo. Hundimiento de la zona sub malar y bolsas adiposas de los pómulos, señalamiento de las cuencas orbitarias, relajación muscular completa…Era la “Facies Hipocrática”, se podría decir sin miedo a equivocarse que estaba más tiesa que una regla de pino de Flandes…
¡Por los clavos de Cristo, esa mujer era la imagen femenina y con más edad del Cristo de la Buena Muerte!
La amarga y triste sombra de la derrota sobrevolaba nuestras cabezas, ya no había forma de hacer regresar a aquella señora hacia la vida, como bien hacemos en el trabajo siempre que se dan las circunstancias para ello. Ella ya había llegado al final del túnel… había hecho el recorrido completo… cual nazareno de la cofradía del Cerro que llega de vuelta a Afán de Ribera tras catorce horas en la calle.
…Así que pensé que lo único que podía hacer por ella era cogerle la manita, con delicadeza y suavidad…
…unos segundos…
No era necesario ser la reencarnación de Severo Ochoa para darse cuenta de que allí estaba todo el pescado vendido….
Y entonces ocurrió, fui tocado por el dedo de Dios…
Cuando me disponía a ponerle el monitor e imprimir la tira de ritmo, con su esperada y «comonopodíaserdeotramanera» asistolia, y cuando mi boca ya se articulaba, para decir a los presentes las clásicas y rigurosas palabras de condolencias, y aún sin saber por qué, porque no era estrictamente necesario hacerlo para confirmar el fallecimiento, levanté con mi dedo pulgar uno de sus párpados…
Sugestionado por la semejante descripción general que he detallado de la señora, que era real como la vida misma, hasta me pareció en un principio ver la opacidad de la córnea, esa mancha triangular en la esclerótica que se observa en el Cachorro, el signo de Larcher…
Pues cuál fue mi sorpresa cuando vi que la señora comenzó de manera súbita e inesperada a mover ambos ojos, tras mi iluminada y providencial estimulación, de manera frenética y espeluznante… del mismo modo que lo solía hacer Marujita Díaz que en paz descanse.
¡¡¡QUÉ FATALIDAD!!! ¡¡¡QUÉ ALEGRÍA!!! ¡¡¡QUÉ BARBARIDAD!!!
Yo no sabía qué pensar ni qué decir… lo único que se me ocurrió fue vociferar, con entusiasmo y alegría, muy seguro y convencido de que era el único que lo sabía, como si hubiera descubierto América:
¡¡¡ESTA SEÑORA ESTÁ VIVA!!!
Ante lo cual, fui observando con inquietud y cierto estupor la reacción de los demás frente a mis contundentes palabras… los de la ambulancia básica silbaban mirando al techo, los bomberos bajaban la cabeza y se miraban los zapatos, uno de ellos se entretenía, rebuscando en los bolsillos los avíos pertinentes para fumarse un cigarrillo, otra persona miraba su móvil, el cual hasta me pareció ver que tenía la pantalla apagada… otros tosían sin ganas… se tocaban la cabeza y el pelo…todos más tensos que Marco el día de la Madre y que Supercoco en una cama de velcro.
La que se identificó como hija de la señora que estaba en la camilla, supuesta hija de la “fallecida”, me respondió en un tono tranquilo, cariñoso y fraternal:
—Sí, está viva, gracias a Dios, es mi madre, se ha sentido indispuesta tras el fallecimiento de mi padre y va a ser trasladada al hospital, él está solo, arriba, en el domicilio.
Yo quise en ese momento que se abriera una grieta en la tierra y me tragara, que sufriera una autocombustión espontánea, teletransportarme a las antípodas…el que se quería morir ahora era yo…
—Lo siento señora, siento mucho el fallecimiento de su padre, y… me alegro muchísimo de que su madre esté… bien. Voy al piso a comprobar lo de su padre, es solo una formalidad, con su permiso—le respondí.
Cosas que pasan…
Estaría de Dios.