Luminosa tarde de domingo de invierno en Sevilla.
El centro coordinador de urgencias le asigna un servicio al equipo de emergencias sanitarias (EES) donde trabajo, cuya zona de cobertura es Macarena. El recurso móvil estaba compuesto por profesionales de las emergencias sanitarias, un médico, un enfermero y un técnico de emergencias «TES».
El aviso se trataba de una mujer conductora de motocicleta que colisionó con un vehículo en calle Bécquer, se desconoce el punto exacto de la calle. La paciente estaba inconsciente, no respondía a estímulos. Parecía estar grave, se desconocían más datos.
Por aquel entonces rondaba la fecha en que la iglesia instituye la festividad litúrgica de la expectación del parto de la santísima virgen. No se trataba de un domingo cualquiera del año, porque coincidiendo con esa celebración religiosa, como la hermandad lo dispone desde 1925, acontecía el cuarto y último día del besamanos en honor de Ella, la Esperanza Macarena.
Era notorio el fervor mariano de una multitud de fieles y devotos que se agolpaban en la explanada, frente a la basílica, invadiéndolo todo. El EES se aproximó al lugar con suma diligencia en su respectiva Uvi móvil, dirección a calle Bécquer entrando a contramano desde la basílica, «los ortodoxos dirían dirección prohibida prescrita por la autoridad». El objetivo era acortar el tiempo de llegada para asistir lo antes posible a la accidentada. Sin intención de hacerlo ni molestar perturbamos, con nuestros medios acústicos y luminosos, el ambiente lúdico-festivo del público entusiasta que allí se concentraba.
El TES sorteó con profesionalidad y no exento de dificultad a las personas que lentamente se iban apartando hacia las aceras, en otros lugares del mundo no acostumbrados a las aglomeraciones habría muertos, pero aquí no ocurre porque la gente sabe desenvolverse perfectamente en estas situaciones, unos «pacá»… otros «pallá»… y por filas, ese es el desorden ordenado que hemos aprendido desde pequeños.
Ya se vislumbraba la estrechez de la boca de entrada a calle Bécquer, de repente nos topamos con dos automóviles indebidamente aparcados, encontrándose demasiado cerca el uno del otro complicando ambos nuestro paso.
La unidad móvil se detuvo en seco.
«Pararse ahí»
Y es en este instante cuando de pronto de entre la multitud expectante concentrada a ambos lados de nuestra ambulancia dio un paso al frente un señor, un espontáneo que se colocó con decisión y seguridad frente a la unidad móvil en el centro de la calzada, entendimos que este «cirineo» tenía el ánimo e intención de ayudar en las maniobras, en esta sui generis «vía de la amargura», para que la unidad sorteara con éxito a los vehículos mal estacionados.
El señor tenía la piel agitanada, unos sesenta años, pelo corto, ondulado, oscuro, algo canoso, bastón, traje negro clásico y rigurosa corbata, llevaba un abrigo de esos británicos encerados, que son extraordinariamente impermeables muy aptos para la caza y el campo, cuyo nombre de la marca es parecido al término en latín del pescado en adobo que Francisco de Asís Palacios Ortega, el trovador de las cosas de Sevilla, el cantaor de la casa de la moneda sevillana, refería en aquellas sevillanas, concretamente comentaba el Pali que el susodicho pescado de río (barbo en adobo) se comió en grandes cantidades junto a mucho vino y alegría, en un bautizo con arte de una niña que tuvo Sevilla y le pusieron Triana.
Tenía estrabismo. Inquietaba su mirada.
Presentaba un semblante serio y de circunstancias. Comenzó extendiendo las extremidades superiores en posición de firme, luego las separó del cuerpo en abducción, las palmas de las manos abajo en supinación, generosamente abiertas y expectantes, observó a un lado, a otro y al frente, reflexivo y concentrado midió las distancias…
A continuación se quedó petrificado como Edith, la mujer salada y curiosa de Lot, el sobrino de Abraham, cuando huyó de Sodoma mirando por el retrovisor, se dispuso más quieto que un gato de mármol y/o que un tanque pintado… se movía menos que los dientes de arriba. Solo fueron unos segundos de tensa quietud, pero parecieron eternos.
En ese instante todo cambió, comenzó a gesticular haciendo aspavientos, indicando las maniobras necesarias para salir del atolladero. Sus manos, antebrazos y brazos entraron en una espiral de actividad frenética sin retorno… y nos mostró el camino a seguir…
Sin duda lo que pretendía era colaborar, que siguiéramos avanzando a la menor velocidad posible, con el objetivo de poder corregir si fuera necesario una trayectoria equivocada del vehículo o un movimiento en falso de éste, salvando así la integridad de la estructura en esta tesitura complicada.
Justo en ese momento todo me pareció que se transformaba en un mundo macareno, que no estaba de guardia ni iba a ningún aviso… me envolvió la madrugá, la magia, el pellizco, la semana santa…
« Toh poriguá valiente»
« Lo quiero vé volá»
« ¡A esta eh!»
« Venga de frente miarma… poco a poco… güeno, menos paso quiero, no corré, no achucharme mucho ahí atrá, aguantarse ahí… lah llamá lah quiero mu corta… oído a lo que se manda… venga de frente… güeeeno… ole mi gente güena… duro con é valiente»—dijo el señor.
Imaginé la uvi-móvil como si fuera un paso de semana santa. Cuatro patas en lugar de cuatro ruedas, a las ventanillas les salieron esas dinámicas, sinuosas y expresivas formas doradas clásicas del barroco que forman los respiraderos, los embellecedores inferiores de los laterales eran faldones de terciopelo con broches bordados… los espejos retrovisores exteriores de la Uvi ya no eran tales, sino los relicarios delanteros que hizo Fernando Marmolejo para las cuatro esquinas del misterio de la Sentencia, las luces intermitentes se tornaron en cera que ardía centelleante en los candelabros de guardabrisas que antes eran faros… las luces perimetrales de emergencia que se sitúan en los laterales del vehículo eran cartelas… los medallones y ángeles de Ortega Brú, los doce relieves pasionarios barrocos… el Cristo con túnica Juanmanuelina, el sanedrita con el pergamino que lee la sentencia… «VIDENS AUTEM PILATUS…», los soldados romanos, el judío y el esclavo negro… la tablet PC donde registramos la historia clínica digital de cada paciente se convirtió en la palangana donde se lavó las manos Pilatos.
Vámonos que nos vamos.
En la parte de atrás de la Uvi iba Claudia Prócula implorante ante el gobernador de Judea. El arrowstick, o luz de barra direccional trasera, con su luz dorada, era ni más ni menos que el pájaro de ese tono que don Antonio Castillo Lastrucci colocó encima de las tres columnas corintias, las cuales sirven de respaldo al trono del procurador macareno donde va sentado y cierra el paso. La sillita amarilla de evacuación de pacientes ya era ese poderoso trono dorado.
Todo adornado con claveles rojos.
Y hasta me pareció que brotó del interior del salpicadero un pequeño carromato, con una cabeza romana en un tondo, sostenida por un águila y el escudo de la hermandad rodeado de roleos… era el llamador o martillo, y que surgió en la calle ni idea de dónde ni me importa, el Senatus rematado con el águila imperial posada sobre la corona de laurel. Una bandera roja de triage para clasificar a los heridos más graves, en caso de múltiples víctimas, ya era el banderín de los armaos, el de la Legión III de la Roma macarena, de la centuria, con el mar de plumas de la gandinga, esa tropa fiel y entregada a su Señor que se conforma en torno al misterio sin verla a Ella, y el paragüita de colores o tintinábulo… insignia Basilical.
Qué emoción y algarabía…
Antifaces morados con cirios del mismo color asomaban por Bécquer. Los sonidos también cambiaron. Del ruido del motor de la Uvi móvil al redoble peculiar del cabo tambor Pepe Hidalgo (DEP), de la banda de cornetas y tambores de la centuria macarena. Parecía querer dar la entrada a una marcha… por lo más sagrado que el pebetero de la trasera del paso humeaba, como si fueran nebulizaciones de salbutamol… y olía a incienso.
Qué maravilla…
«Vamoh a acariciá los adoquines de Sevilla… como ustedeh sabéis miarma… como dijo Luis León… ni músicos, ni artistas, ni pintores… costaleros macarenos ná má»
Ole.
El busto de bronce de Juan Manuel Rodríguez Ojeda que está frente a la basílica y junto al arco, aun cuando él solo tiene ojos para la Señora de San Gil, parecía querer girar su cabeza hacia la derecha en un escorzo imposible, solo por ver aquel inesperado espectáculo.
La unidad no avanzó y se detuvo en seco, ajeno a las indicaciones del señor nuestro TES lo miró de reojo con recelo, mientras comenzó a la misma vez a maniobrar según sus propias estimaciones, dejando al margen al voluntarioso señor.
Y en estas el TES, patero izquierdo de lujo y categoría, exclamó…
«Pues yo no me fío ni un pelo de las indicaciones de este»
Mientras lentamente, a su manera, con gran pericia y habilidad superó el obstáculo, no sin esfuerzo.
El señor ya se había apartado en ese momento de la calzada.
La neobarroca y dorada Uvi móvil pasó la dificultad «sobre los pies», y a los sones de la marcha Real entró de costero a costero en la calle Bécquer, abriendo el compás más de lo habitual… hasta el final de la marcha.
Qué arte más grande, Ole.
Yo me encontraba en ese mundo de los afectos macarenos… en esa gloria efímera… como si fuera una película, Avatar o crónicas de Narnia macarenas.
Y retomando la realidad de las cosas mi felicidad se desvaneció de manera inmisericorde. El pergamino escrito en latín volvió a ser una historia clínica de papel, desapareció la orfebrería en plata y marfil y ya ésta no rodeaba el escudo de la Hermandad en el Libro de Reglas, retornando en su lugar el emblema o distintivo de la empresa se convirtió en una simple carpeta blanca… Dejé de fijar la pata derecha y quedó atrás el sueño macareno, el costal y la morcilla volvieron a ser la gorra de trabajo y el reposacabezas de la Uvi móvil… Y eso que creí un poco antes que en algún momento metimos riñones y nos pusimos al palo, y que la gente nos aplaudía, en esa exaltación macarena. A paso de mudá, como antiguamente los costaleros iban a paso ligero porque cuanto antes llegaran antes soltaban el paso y cobraban las dos o tres pesetas, llegamos a la accidentada tras superar la estrechez.
Al concluir todo, a diferencia del TES, que no reconoció quién era el señor que nos ayudó en esos instantes de cierta tensión, los otros dos integrantes del EES siempre supimos perfectamente desde el principio quién era aquel «Simón de Cirene macareno».
Se trataba de un capataz de la Semana Santa de Sevilla, durante 33 años fue responsable de las cuadrillas del paso del Cristo de la Sentencia de la Hermandad de la Macarena, se retiró en la madrugá de 2011, pero no pudo aquel año pasear por última vez por Sevilla con su voz ronca y rota por la emoción la mirada dulce y serena del Señor, a causa de la lluvia…
Una leyenda del Martillo, un mito, una voz de mando experto en guiar una gran estructura a través de estrecheces, bragado en mil batallas en las visicitudes de llevar un paso de grandes dimensiones por las calles de Sevilla.
«Pero no era fiable», según el TES.
En la bella espera para volver a verlo volar al cielo, cuando regrese la luna de Parasceve tras la recogida de la Madre y Maestra, en ese ferviente deseo…
«Ahí queó»
Gracias a Miguel Loreto, DEP.