Es de Glasgow, escocés, tiene 73 años y es probablemente el Homo sapiens que mejor ha sabido entender al instrumento musical del grupo de los cordófonos llamado guitarra, al menos en su versión eléctrica y resofónica.
Desde que tenía doce años vivía con él, en mi habitación. Un gran póster en el que aparecía de cintura para arriba un tipo blanco de rasgos judíos, sudoroso, de algo más de treinta años, nariz grande, ojos pequeños y claros, boca entreabierta, iluminado por focos en la oscuridad, con una cinta o diadema de algodón alrededor de su cabeza, que intentaba fijar un pelo tosco y desaliñado, y muñequeras del mismo material que le otorgaba un halo de deportista, de tenista antiguo, aunque su complexión física más bien ectomorfa, en ningún caso atlética, lo delataba, y una camiseta de tirantes. Sostenía una guitarra eléctrica, que bien podría ser una raqueta, mirando hacia abajo serio y concentrado la posición de sus manos y dedos libres de púa en las cuerdas, en plena actuación en directo. Ligeramente ladeado e inclinado hacia detrás.
Era músico y vocalista y se alzaba majestuoso en aquella estancia.
Mi madre nunca lo entendió, siempre me preguntaba por qué tenía a ese señor tan «feo» presidiendo mi cama. Es más nunca llegó a pronunciar correctamente el nombre que figuraba al pie de la imagen, «Mark knopfler» tampoco me pareció que le fuera la vida en ello.
Aún conservo la colección de vinilos de aquella época y libros sobre el grupo.
Nunca entendí a knopfler sin Dire Straits, de hecho no seguí su aventura en solitario. Fueron muchas grandes canciones desde 1977 a 1995. Como poder olvidar «Tunnel of love», «Romeo and Juliet», «Brothers in arms» y tantas otras, sin embargo si tengo que elegir un tema es sin duda «Sultans of swing«, para mí posiblemente la mejor pieza musical de pop/rock, una delicia para los oídos, en cualquiera de sus diferentes versiones, tomando su verdadera dimensión en el sonido directo.