De todos es sabido que Verne era un adelantado a su tiempo, un visionario iluminado. Cuando escribió ese libro se inspiró en Sevilla y sus calores, lo vio fácil en su mente, porque de aquí no era el hombre que yo sepa ni nos visitó en verano, o sí, qué sabe nadie.

En el estío sevillano pasear por el centro durante el día es un ejercicio de heroicidad solo apto para valientes.

Sin embargo no todo es negativo si se contemplan otros aspectos que no sea la temperatura. En esta época del año la presencia de personas que confluyen en este eje neurálgico de la ciudad desciende notablemente, siendo agradable disfrutar de establecimientos de ocio que normalmente están abarrotados. Al igual ocurre con los comercios.

Por otra parte, la posibilidad de encontrar aparcamiento para el vehículo aumenta considerablemente, al contrario que la contaminación del aire, que se ve reducida.

Más allá de que simplemente el solo hecho de pasear a pie sin tanto bullicio resulte placentero para los sentidos, respirándose quietud en el ambiente y sosiego en el espíritu.

En una de estas excursiones heroicas al núcleo de la Tierra, donde se crea el magma de los volcanes a más de 6700 °C, me detuve a mirar el escaparate de una emblemática librería, la antigua Reguera, ubicada en Santa Catalina, junto a una famosa cervecería donde los protagonistas son los tanques, no precisamente de guerra, por cierto ambos negocios aparecen citados en la primera novela La mano que soñaba con pájaros azules.


Fue una bonita sorpresa ver expuesta mi novela Immacolato; me consta que algún lector ha comprado su ejemplar en este lugar. Agradecido a tan insigne librería por el detalle.